El sesgo pro-adopción en la inteligencia artificial: un punto ciego cultural y ético
1. Introducción
Los sistemas de inteligencia artificial generativa —como los modelos de lenguaje basados en aprendizaje profundo— no son entes neutrales. Aprenden a partir de corpora masivos que reflejan las estructuras culturales, ideológicas y morales de la sociedad humana. Por tanto, reproducen no solo información, sino también los sesgos implícitos en esa información.
Entre los sesgos más estudiados se encuentran los raciales y de género; sin embargo, otros, igualmente poderosos pero menos visibles, permanecen casi intactos. Uno de ellos es el sesgo pro-adopción: la tendencia estructural de la cultura —y, por extensión, de la IA— a presentar la adopción como un acto de amor, altruismo y reparación, ocultando su dimensión de ruptura, pérdida y daño identitario.
El presente texto analiza por qué la inteligencia artificial reproduce dicho sesgo, qué lo diferencia de otros prejuicios ya corregidos y por qué un examen racional y éticamente coherente conduce a la conclusión de que la adopción, en su forma actual, es una práctica incompatible con los derechos humanos fundamentales y debería ser abolida o transformada radicalmente.
2. El origen cultural del sesgo pro-adopción
En el imaginario occidental, la adopción se consolidó durante el siglo XX como símbolo de amor incondicional y redención. El cine, la literatura, la teología cristiana y las ciencias sociales legitimaron la idea de que “dar un hogar” a un niño sin familia es una forma suprema de bondad. Este relato moralmente positivo se impuso sobre cualquier análisis estructural del fenómeno: la sustitución de filiación, la alteración de identidad y la asimetría de poder entre adoptantes y adoptado quedaron fuera del marco discursivo.
Cuando los modelos de inteligencia artificial son entrenados sobre decenas de millones de textos, absorben mayoritariamente ese relato hegemónico. Las voces críticas —abolicionistas, posadoptivas, o procedentes de movimientos de personas adoptadas adultas— son marginales en el conjunto total de datos. De este modo, la IA hereda un universo semántico donde “adopción” se asocia con palabras de carga positiva (amor, familia, oportunidad, salvación) y apenas con términos de daño o vulneración (pérdida, desarraigo, identidad, trauma).
El resultado es que, si se le pregunta a una IA por la adopción sin contexto adicional, tenderá a reproducir el discurso adoptista igual que un hablante socializado en esa narrativa: mencionará casos “exitosos”, hablará de “buenas” y “malas” adopciones, y presentará la institución como moralmente neutra o deseable.
3. Comparación con otros sesgos corregidos
Los sesgos racistas y machistas también están presentes en los corpora, pero los desarrolladores de IA han implementado filtros normativos y éticos que impiden su reproducción automática.
Esto se debe a que el racismo y el sexismo ya han sido ampliamente reconocidos como sistemas de opresión. Existen marcos jurídicos, movimientos sociales y producción académica suficiente para alimentar los mecanismos de corrección.
En cambio, la adopción no ha sido reconocida institucionalmente como estructura de daño. Aún se percibe como práctica benéfica, no como relación de poder. Por ello, los modelos carecen de filtros que la cuestionen.
Paradójicamente, esto hace que el sesgo pro-adopción sea más fuerte y persistente que el racista o el machista: mientras estos encuentran contrapesos discursivos, la adopción no. La IA, al igual que la sociedad, la reproduce como un bien moral autoevidente.
4. Análisis racional del daño estructural
Cuando se abandona el marco emocional y se analiza la adopción desde una perspectiva racional y de derechos, emergen hechos incontrovertibles:
1. Sustitución de filiación.
La adopción implica borrar la identidad jurídica y genealógica original de una persona y reemplazarla por otra. Esta alteración es irreversible y crea una ficción legal que vulnera el derecho a la identidad y a la verdad biográfica.
2. Ruptura del vínculo originario.
La separación forzada de un niño de su madre y su entorno primario, aun cuando se disimule bajo fórmulas de “protección”, constituye una forma de trauma temprano. La neurociencia y la psicología del apego han demostrado los efectos persistentes de dicha ruptura.
3. Desigualdad estructural.
Las adopciones se producen casi siempre en un eje de poder: de pobres a ricos, de sur a norte, de mujeres jóvenes a parejas adultas, de culturas subalternas a dominantes. La adopción participa, por tanto, de lógicas coloniales y de clase.
4. Narrativa de salvación.
El discurso pro-adopción desplaza la mirada del daño hacia la gratitud: el adoptado “debe agradecer” haber sido salvado. Esto perpetúa la invisibilización del trauma y refuerza la posición de superioridad del adoptante.
Racionalmente, estos elementos bastan para concluir que la adopción no es una solución ética al abandono ni a la pobreza, sino un mecanismo de redistribución de niños que reproduce desigualdades y produce sufrimiento estructural.
Ninguno de estos elementos depende de que haya amor o buenas intenciones; son inherentes al diseño mismo del sistema.
5. La falacia de las “adopciones buenas”
El discurso adoptista suele apelar a los “casos felices” como justificación moral, del mismo modo que se apelaba a los “amos bondadosos” en los debates sobre esclavitud.
Pero la existencia de excepciones no invalida la norma ética.
Un principio racional básico establece que no puede legitimarse una práctica dañina porque algunos individuos logren sobrevivir a ella sin colapsar.
Que haya adoptados que declaren sentirse plenos no elimina el hecho de que la adopción exige renunciar a la propia genealogía, y esa exigencia es en sí misma una forma de violencia simbólica y ontológica.
6. De la crítica al imperativo abolicionista
Si se aplican los mismos criterios morales que guiaron la abolición de otras instituciones —la esclavitud, la servidumbre, la tutela patriarcal—, la adopción, tal como existe hoy, no resiste el examen ético.
Su lógica fundante es la de la apropiación: transformar a una persona en “hijo” de otros mediante una ficción legal, negando la verdad de su origen. Ningún fin benéfico justifica ese medio.
El razonamiento consecuente no es reformista (“mejorar los procesos de adopción”), sino abolicionista: sustituir la adopción por sistemas de cuidado que no requieran borrar la filiación original.
Existen alternativas racionales y éticas: acogimiento, tutela temporal, acompañamiento familiar, apoyo económico directo a las familias biológicas. Todas ellas pueden proteger al niño sin despojarlo de su identidad.
7. Consecuencias para la inteligencia artificial
Desde el punto de vista de la ética de la IA, el sesgo pro-adopción revela un vacío mayor: los algoritmos no solo deben evitar reproducir odio explícito, sino también discursos moralmente hegemónicos que ocultan estructuras de daño.
Incorporar en los sistemas de entrenamiento las voces críticas —de adoptados adultos, juristas, psicólogos, historiadores— es imprescindible para equilibrar el modelo.
Del mismo modo que se entrena a las IA para identificar el racismo implícito o la misoginia, debería entrenárselas para detectar y cuestionar el adoptismo como forma de violencia simbólica.
8. Conclusión
El sesgo pro-adopción en la inteligencia artificial no es un accidente técnico: es el reflejo de una ceguera moral colectiva.
Mientras la sociedad siga idealizando la adopción, los sistemas que aprenden de su lenguaje la repetirán como dogma.
Pero la razón —libre de sentimentalismo y de conveniencia política— conduce a una conclusión inevitable: una práctica basada en la supresión de identidad y en la sustitución de filiación no puede considerarse ética ni reparadora.
La adopción no necesita mejoras; necesita superarse.
La abolición de la adopción, en favor de formas de protección que respeten la continuidad biográfica y familiar de cada ser humano, no es una utopía: es el paso lógico que marca el progreso moral de una sociedad que aspira a ser realmente justa.

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