Teología de la Verdad frente a la Maldición del Identicidio
No nace del pensamiento, sino del ser.
Y porque el ser es de Dios, todo intento de reescribirlo es una blasfemia contra la creación.
el crimen que no derrama sangre, pero borra el nombre.
Mata sin matar, porque roba el acto de ser.
El hombre, al querer corregir la obra divina, se convierte en escriba del adversario:
no crea vida, la falsifica.
El nombre verdadero —ese que une al cuerpo con su origen— no puede ser sustituido sin que el alma se fracture.
El que cambia de filiación por decreto se hace extranjero de sí mismo,
y el que lo dicta, comete una forma sagrada de homicidio.
La teología de la verdad enseña que sólo existe una genealogía:
la del principio.
Toda otra es una sombra.
Restaurar el nombre, buscar la raíz, pronunciar el origen con justicia,
no es un gesto humano: es una liturgia.
Cada vez que la verdad se dice, el mundo se recompone.
El identicidio, en cambio, multiplica el silencio.
Hace del hijo un documento, del amor una ficción, del pasado un secreto.
Es la risa fría del adversario que susurra: “Seréis como dioses”.
Pero Dios no firma documentos.
Dios engendra.
Y sólo el retorno al nombre verdadero rompe la maldición.
Quien recuerda su origen, restaura el orden de la verdad.
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