La adopción como artefacto de identicidio y alienación
La adopción no es un hecho natural ni un gesto espontáneo de amor: es un artefacto cultural, jurídico e ideológico diseñado para desarraigar y reescribir vidas. Su núcleo no es el cuidado, sino el identicidio: la destrucción sistemática de genealogías y memorias.
1. La vida del adoptado bajo el artefacto
En la infancia, el adoptado aprende que lo esencial de su ser —su origen, su linaje, su verdad— debe quedar oculto. Se convierte en un sujeto vacío, fabricado para encajar en la ficción de un nuevo nacimiento.
En la adultez, vive bajo el peso de una identidad escindida. Sabe (o intuye) que la biografía que sostiene su vida está construida sobre una falsificación. Habita una alienación radical: debe reconocerse en un relato que le es ajeno.
Como padre o madre, transmite a sus hijos una genealogía rota. El silencio, la ausencia de raíces, se heredan como un vacío que marca a toda la descendencia.
Como abuelo y ancestro, queda impedido de ocupar plenamente su lugar en la cadena de la memoria. Sus nietos no reciben una historia, sino un corte. El identicidio no se detiene en él: se perpetúa como sombra sobre toda su estirpe.
2. El adoptismo como ideología de alienación
La adopción no se sostiene solo con leyes y expedientes: necesita del adoptismo, una ideología que glorifica la sustitución con frases como “el amor crea familia” o “no importa de dónde vienes, sino a dónde vas”.
Esa narrativa es un mecanismo de invisibilización del daño: obliga al adoptado a interiorizar la ficción como verdad, a alienarse en la identidad impuesta y a silenciar cualquier rastro de resistencia.
3. El éxito del artefacto: alienación colectiva
Cuando la adopción “funciona”, la sociedad entera se reeduca en la aceptación del identicidio como algo legítimo, incluso deseable.
Se normaliza la idea de que un ser humano puede ser arrancado de su origen y renacido bajo otro relato.
Se entrena a generaciones en el desprecio por la genealogía y en la obediencia al relato oficial.
El adoptado que despierta y denuncia el artificio se convierte en un testigo insoportable: prueba viviente de que el amor proclamado era en realidad desposesión. Pero su voz suele ser rechazada, porque la sociedad ya ha sido programada para no escuchar.
4. Consecuencia filosófica
La adopción, como artefacto, no produce cuidado: produce alienación ontológica. Es una tecnología de domesticación social que mutila genealogías, fabrica identidades obedientes y demuestra que una población puede ser reeducada para aceptar la falsificación como verdad.
Los adoptados que logran despertar rompen el hechizo, y por eso son peligrosos: encarnan la prueba de que este artefacto no era amor, sino un proyecto de alienación total.

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